Se han alojado estas ganas de verte
y no se alejan;
ni con tu figura en mis narices
ni con tu cuerpo pescando al mío
ni con tu boca mojada
que abusa de mi desierto.
Bajas de tu pedestal
para endiosarme
para que me derrame de ti
para que me exprimas
como la última gota del oasis.
¡Resécame!
No basta esa imponencia tuya
que te vuelve inmortal
para abandonarme a tu cetro
en esos minutos
de los siglos que me donas.
Para qué importa
esto que pasa;
el qué pasará:
¡venga la fuerza en la que me convierto
cuando veo la espalda de la paz!
Se han alojado estas ganas de verte
y no se asfixian.
Tus brasas,
han hecho tortilla
las yemas de mis dedos.
¡Vuela!
Crúzame los brazos de tus pies
como si fueras una enredadera vertebral
que en mi columna se incrusta.
Siguen alojándose estas ganas de verte:
indigéstame para que se alejen.