Para: Rafael Vargas
Hay lecciones tan honestas como las cuatro estaciones
las haces tú amor; agua de flores,
lluvia de flores acuarelando el horizonte santurcino.
Cuando dormimos y amaneces con el sol en los ojos
a pesar de tus manos aquietadas
ganas mi alma con ese gesto de dorado centinela.
El heroísmo de tu estancia en mi estancia
data desde que el palacio con que caminas
lanzó sus puentes para mi entrada
en donde estabas y en donde estás
donde eras y sigues
tan hábil como un paciente matemático
con un insospechado pero perfecto resultado.
Te mantuve lejos de donde debí
empecinada en casinos de palabras necias
ganando la farsa de un amor
encajado en cajas vacías con aterciopelados lazos.
Me mantuve sin tu arena en mis huellas
desnutrida de risa,
momificada en cascabeles de hierro
disecada en vociferados mandatos.
Me hacías tanta falta en esos siglos
en que dejé de pensarte.
En esos más de un día en que aparición fuiste
cuando el olor a
lluvia se esparcía
-aun en los más relucientes días-
cuando los aguacates de la placita
cuando mi perra muerta ladraba tus constelaciones
y el latin jazz sonaba a blues de fétidos callejones.
Tu lección me enseñó que no sabía nada
sobre agua, lluvia, flores, aguacates, acuarelas, horizontes
-y mucho menos-:
sobre el amor.