Estas palabras deberían tener un solo idioma:
pecho, libertad, paz, eternidad, beso…
Son palabras para describir
cuán vitales son tus manos en las mías
para maniobrar vuelos en el cielo de mi estómago.
Fui un arenal de polímeros dispersados
por los planetas de la muerte
pero la vida me tomó desprevenida
e hincó su tienda en la calle del hombre
que buscaba la juventud en una fuente.
Allí se escuchó mi grito;
SOS que competía
con las campanas en la torre ríopedrense.
En un tris de lluvia de mayo
fui socorrida por el relámpago de tus ojos,
por el equilibrio de tu ternura voraz,
por la reliquia delicada que evocas cuando no hablas.
Me mantuve en la autotrampa de mi testarudez
hasta esa destinada tarde de esquina sin salida.
La altivez de mi insensatez
se fue con el subterráneo tren
que pasaba en ese preciso instante
del milagro de nuestra otra vez sonrisa.
A mi soberbia la coronó
un velo de añicos a chorros por la alcantarilla
se premiaba con el trofeo de la derrota.
Mi rendido rostro bajó cansado hasta el campo de guerra
y en tu pecho reaprendí el valor de la dulce derrota
cuando pierdes lo innecesario.
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