A un lado del camino
yaciste derretido.
¿Pudiste atrapar una
noción de aliento
para sostener tu cruel
e inusitada huida?
¿Te dio tiempo para
tragar ese último buche de café
que te esperaba a esa
hora como todos los días?
Veo tu cuerpo inerte
tapizado en un atrio
de impenetrable
polvareda.
Nuestra frustración es
que no podemos penetrar
al panorama que nos
persigue con su trágica pena;
simplemente no hay
manera
de extraer del alivio una
pizca.
¿Tomaste de la mano al
despavorido
que al escape a tu
lado corría?
¿Hubo un segundo para
resignarte?
¿La nubehumo nubló tu
mente?
¿Fue una trampa del
tiempo? ¿un ardid del azar?
¿Una burla de la confianza?
¿Una derrota de la paz?
La explosión que
quebrantó
la paz silvestre de
ese polvoriento domingo
dejó un interminable
estruendo
amargo, violento.
Al igual que tú,
Guatemala
somos hombres de lava
a merced de un
cataclismo,
o de un radiactivo
botón político
que anide nuestro
exterminio.
Así mismo será en el
día del retorno del hijo del Hombre:
nadie sabe, nadie
sabrá, ni el día, ni la hora.
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