Te he buscado en él tránsito
de mis vacías calles,
en la parte alta de las raíces
en la parte baja de los ramajes.
Escribo para encontrarte
en mis manos entintadas.
Te escribo para coleccionarte
en cajas de fuego y mármol.
Te buscan mis cerradas pupilas
cuando se abre la mañana.
Intento encerrarte
en el calor de las sábanas
donde te buscan mis abrazos.
La brisa,
esculpe tu aroma
por donde se desliza mi olfato.
Cuando anocheció,
me miraban las ventanas
descubiertas de tus ojos.
De tertulias silenciosas
me impregno para esperarte.
Dejaste a nuestra bandera
contemplándose el desamparo.
Donde te he buscado,
voy repasando cada instante,
cada espacio entre el cielo y el suelo.
Voy husmeando cuidadosamente
en cada partícula imperceptible
que se cuela en los rayos sin horas.
¡Oh Dios!,
¿mi fugitivo que desvíos ha tomado?
Quién lo hizo ahuyentar
de la sobredosis de mi amor
o de lo insoportable de mi amar.
Sin alternativa para mi peregrinaje,
ando acostada
en un sabatino descanso.
Frente a frente,
converso con el cansancio.
Sin rodeos le pregunto
por el más buscado.
Con la humedad de mis ojos,
la paz de mi almohada
aprovecha para bordar
la efigie de este tríptico encuentro:
la poetisa, el cansancio y la locura.
Y entonces,
al fin, te intercepto.
1 comentario:
Buscas las palabras doradas que susurró a tu oído la serpiente cascabel. Es difícil olvidarlas, se graban en el cerebro febril y las conjuras, aunque no quieras. Algo de tu esencia fue capturada por ese prófugo que buscas sin descanso. Veneno que no ha encontrado antídoto y así lo has plamado en este poema hermosísimo.
Comentario por la Prof. Esther M. Castrodad
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