Fiel:
el salpicón de sacudidas en el cuello
mientras este rutinario cavilardel autoencuentro
-y esas nubes
que de nuevo
son blancas,
y ese viento
que siempre
me levanta el ruedo
de una lágrima,
y de nuevo
el fecundo latido
de la memoria-.
La vereda se hace a un lado
para espiarme.
Regresa el segundo
en que solo ella ve
la carga adolorida
que me pretende.
Vapor de gratitud
por la generosidad con
la que oculta
la lamentación secreta
de mi llanto.
La vereda no sabe de lastres.
Me allega una ola de cositas lindas.
Se alarga
para que a la vuelta
se me contente la senda.
Eres tú:
mi alcoba de luz.
Parto de luz que gestas
el peregrinar de las horas
en las que pueblas mi desierto.
Allí reaparecerás oculto
entre las ramas de mi vereda.
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